Erase una vez un chico llamado Roald Dahl, lo mandaron a un internado. Un día se acordó de una enfermedad que tenía su hermanastra: era la apendicitis aguda. Al día siguiente le dijo a su celadora que estaba enfermo y la celadora llamó al médico, el médico le dijo que se quedase tres días en su casa.
Le llevaron a casa y tan dichoso se sentía que, por poco, olvida su papel de enfermo.
Esa misma tarde le reconoció el doctor Dunbar.
Después de haberle palpado el vientre y de haber lanzado sus alaridos de rigor.
Asentó compungido y dijo:
- La morriña todo el mundo la siente al principio.
El niño le prometió que nunca lo volvería a hacer.
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